Se mandaron invitaciones a todos, pero sólo uno no pudo asistir. ¿Y sabes quién fue? Pues el cerdito, que se sentía tan satisfecho de su fortuna, que para él era burdo y despreciable pasar el tiempo con los demás. Y se perdió una magnífica obra de amor y enredo, porque estuvo toda la noche en vela, pensando en su entierro y a quién dejar su herencia. Y, de repente, un golpe de viento le tiró al suelo –catacrás, cris, cras– y le rompió en mil pedazos: todas la monedas rodaron libremente con gran alboroto y quedaron repartidas por toda la habitación. Días más tarde, otro cerdito ocupaba su lugar encima del armario, pero éste todavía con la barriga vacía.
Las ganancias materiales nos mantienen a flote; pero las espirituales y culturales, nos elevan. ¿No te parece?
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